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En la niebla

Dijo Ortega que “cuando uno llega a Asturias, lo primero que ve es que no ve nada “ Sí se ve, cuando no se ve. En estas mañanas de paseos silenciosos entre los árboles y la niebla se dejan ver, al caminar, los pensamientos, las sensaciones, los recuerdos. Las piernas van a lo suyo – hora y media ida y vuelta desde casa – mientras la cabeza descansa, dejándose mecer por este mar de niebla tibia. He salido temprano y es al volver cuando el sol – este sol tan amarillo de noviembre – se impone en los altos de Quintana. El campo viste de otoño, elegante. Huele a leña, llego a casa.  

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¿No decías que te ibas?

Sí, esta mañana te despediste sin decir nada, ni siquiera te dejaste ver. Cuando haces eso los grises lo invaden todo (y no son malos) y se te echa de menos… Pero te has arrepentido y miraste hacia atrás. Fue a última hora de la tarde, cuando se cierran las puertas; has decidido volver por un momento; ya no calentabas, ya no podías apenas… pero se te agradece, querido sol.  

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Subida a Ladines.

  Vistas en La Llevanza. Villaperi, Asturias. Si es verano sal temprano, no por lo que se tarda-alrededor de hora y media-sino por el frescor, los olores, los colores. Toma la carretera hacia la derecha…y todo seguido. No te desvíes hacia Llugarín, ni hacia Villanueva, ni a Riaño; pasa la iglesia y las antiguas escuelas y verás cómo en un momento estás rodeados de árboles, de bosque. A la derecha y abajo, el río Nora. Camina despacio y escucha el silencio, huele el agua y las nubes. Pasarás Quintana, encantadora aldea de la parroquia; más adelante Folgueres, donde quizá esté ya despierto Víctor: noventa y tantos, hablador, asturiano por los cuatro costados. Continúa por la carretera del medio hacia Lladines, final de este paseo. Estás subiendo y las vistas van ganando altura. A menudo, un mar de nubes convierte a las montañas en enormes barcos a la deriva. Paseo de unos diez quilómetros tranquilo, sosegado, de esos que agradeces durante todo el resto del día.    

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Tiempo de nubes. Cortito.

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Tejer y Destejer.

Cuando vengáis a Asturias, fijaos en sus huertas, todas – o casi todas – familiares, pequeñas, diminutas.Veréis entonces el bosque de palos, cañas o redes para el cultivo de lo mejor de esta tierra, sus fabes, sus judías. Criarlas requiere montar un entramado por el que crecen de manera casi salvaje, desmesurada; de la misma forma mueren después de dar su fruto. Entonces toca deshacer la trama bajo el sol o la lluvia de septiembre. Mes aquí indefinible, lo mismo de calor que de lluvias, de días azules por la mañana que otoñales por la tarde. Mes de transición hacia el recogimiento, el fuego en la casa, la nostalgia del verano, la esperanza de un invierno tranquilo.

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Tiempo de nubes

Adiós calor, color. Llegan los grises a esta tierra, los innumerables grises. (si tú los vieras…) Se hacen nube, aire, también pensamiento. Asturias -tu nombre ya suena a gris- sabe vivir en esos tonos, sacar matices donde no los hay; hacer grande lo pequeño, hablar de lo insignificante durante horas, durante sidras… De la huerta queda poco por recoger; se deja hacer, vencida. En breve alguna helada primeriza le dirá que calle hasta abril.

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Luz de septiembre.

Aún verano… pero ya en este mes de días que se apagan antes, de sol -si lo hay- que se mira de frente; de mañanas frías y azules todavía. La huerta moribunda se empeña en seguir dando sus frutos, generosa. ¿Qué estarán haciendo todos los niños que jugaron este verano en el hórreo? ¿Qué fue del vivo color fucsia de las hortensias de julio? Luz de septiembre que ilumina tenuemente octubre. Una vez más, el otoño. Ayer se fueron los últimos clientes del verano, de este extraño verano de pandemia, desinfección y mascarillas. Toca ir preparándose para el tiempo de los árboles sin hojas, de los ocres y los pardos junto a los verdes que permanecen. De la lluvia.        

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